domingo, 16 de agosto de 2009

La Dama del Sicòmor i Meretseger 4

*( Este capítulo, escrito en castellano, está dedicado especialmente a Carmen, con la que compartí miedos a las alturas, a la vez que una agradable compañía, especialmente este día, y en otros momentos del viaje. Incluso le quiero agradecer el detalle de su desplazamiento desde Zaragoza, el día que organizamos la primera cena del grupo en Barcelona).

Llevamos ya suficiente tiempo descansando y deleitándonos con el paisaje, y tenemos todavia un buen recorrido por hacer, i muchas experiencias nuevas por vivir, motivo por el cual suena en un momento determinado la ya clásica expressión del "ial.la! ial.la!".
Es el momento de iniciar la ascensión definitiva, unos a la cima de la Montaña Tebana, y los otros siguiendo el camino que, siguiendo la cresta de un enorme acantilado, nos llevarà al collado de acceso al Valle de los Reyes.
Hamdy, cumplidor como siempre de sus obligaciones, ya se ha adelantado y nos va a esperar en el lugar final de destino del día. El grupo que va a subir hasta la cima, compuesto por los elementos más jóvenes , y una de las parejas de más edad, en representación de la clase sexagenaria, empiezan su andadura siguiendo un sendero correctament marcado, y que se puede seguir con la vista desde el refugio casi hasta la cumbre.
El resto esperamos unos minutos, para igualar los tiempos de llegada, ya que nuestro recorrido és más placentero, llano y ràpido.
La verdad és que he estado dudando hasta el último instante, todavia en el autocar, si hacer la ruta de hoy, o quedarme junto a Pascual y Osama, para recoger al grupo en el otro valle al final de la jornada. El motivo? El vértigo, o el miedo a las alturas; todavía no sé como definir esta sensación que me agobia en cada ocasión que debo enfrentarme a una situación como la de hoy. Ayer, desde la ventana de la habitación estuve contemplando el esplendor de la montaña al amanecer, con los primeros retoques de luz que el sol, tempranero como siempre, empezaba a pintar en las diferentes altures, coloreando de un rojizo terroso las laderas más suaves, y blanqueando de un platino brillante las rocas que, ya a cierta altura, ayudan a mantener la estructura de la ancestral montaña sagrada.
Podia distinguir perfectamente el camino que recorria horizontalmente, la parte más alta del acantilado, y me preguntaba si aquél era el camino que deberíamos recorrer para llegar al Valle de los Reyes. Mercè ya me conoce, y me animó a no dejar perder otra nueva oportunidad de ver algo insólito; para ella es difícil entender qué passa por mi cabeza cuando me encuentro con estas situaciones para mí complicadas. También lo es para mí, y sigo sin entenderlo, toda vez que cuando era mozo, hace más de treinta años, subía y bajaba los montes del Pirineo, esta preciosa zona montañosa de mi querido país, con una facilidad y una ilusión enviadiables. En todo caso, desde la ventana de la habitación ya tomé la decisión de seguir el ritmo del grupo y afrontar la situación si más dudas al respecto.
Ahora, cuando empezamos a subir los primeros peldaños, ya no artificiales, sinó rocosos, que nos acercan a la altura del sendero, los fantasmas vertiginosos vuelven de nuevo a mi mente y envuelven mis sentidos incrementando mi sensación de inseguridad. La mano amiga de Mercè, incansable sufridora de mis defectos, me ayuda a seguir paso tras paso el camino. No puedo evitar exteriorizar mis sensaciones y recuerdo a Josep, se lo había comentado en el hotel, que el vértigo se está apoderando de mí de nuevo. Ya no se acordaba, pero de pronto se da cuenta de la situación, así como la de dos personas más del grupo que parecen tener esta misma impresión que la mía. Atento a todos los contratiempos, y controlando la situación, habla con todos para ver como nos encontramos.
Ya hemos llegado al punto más alto del camino. Ahora se trata simplemente de andar por el llano sendero, a dos metros de distancia del acantilado que nos separa, en vertical, del templo de Hatsepshut. Empezamos el recorrido. Yo voy cogido de la mano de Mercè, que agarro con energía hasta la saciedad, para quitarme de encima la tensión con la que ando. Sudamos. El esfuerzo es doble, y el sol deja caer impecablemente su fuerza vital sobre nuestras cabezas protegidas, pero saturadas de calor. Ando mirando al suelo para evitar tentaciones de contemplar el precipicio y ponerme más nervioso. Puedo ver, al lado de Mercè, como cubriendo el espacio vació que cae a mi derecha dos piernas amigas. Las reconozco y las agradezco, y me inyecta una sensación de moral que me aporta cierta tranquilidad. Siempre le voy a agradacer a Josep el andar àgil de sus piernas delgadas, cubiertas por unos pantalones "piratas", y los pies protegidos por las sandalias. Desconozco si fue un acto voluntario, o simple casualidad, no me importa , para mí resultó gratificante, otra experiencia humana, como algunas otras, más de las que reconocemos pocas veces, y que nos ayudan a continuar nuestra andadura diaria.
La ruta se aleja ligeramente del acantilado, y aprovechando una ligera subida, se detiene exhausta en un collado, lugar de paso habitual, de vientos, de historias y por supuesto, de personas que acceden de un valle a otro en su andadura nómada o profesional.
Me relajo. La lejanía de los desniveles verticales de Deir-el Bahari, me proporcionan aquél bienestar que había dejado en el refugio, unos metros a un nivel más inferior, contemplando el paisage. A medida que va llegando el grupo, los suspiros y los comentarios se suceden uno tras otro, increpando en algunos casos el exceso de calor, deseando en otros, que la ruta termine pronto y encontremos un espacio de reposo refrescante.
Estamos cerca de los restos, casi imperceptibles a nuestra mirada urbanita, del Pueblo de la Colina, punto intermedio, lugar de descanso, de los obreros, técnicos y artistas, que dedicaban su actividad diaria a los faraones. También, sin darnos cuenta, como habiéndose escondido a la mirada ultrajante de unos seres que no creemos en la cosmogonia antígua del lugar, nos ha pasado desapercibido un espacio cultual dedicado a Ptah, diós creador que conocimos en nuestra visita a la otrora importante necrópolis menfita.
Buscamos de inmediato un lugar a resguardo del viento y del calor. A nuestra izquierda, sólo a cincuenta metros del collado, unas rocas verticales proporcionan un espacio de sombra agradable, que despierta al instante nuestro instinto de conservación, y arrastra nuestras piernas agotadas, hasta su recodo salvador. Nos sentamos agrupados, aprovechando al màximo el espacio. Las sonrisas van apareciendo en nuestros rostros acalorados, y los comentarios, ahora ya mucho más agradables y jocosos, empiezan a desplazar-se al son del viento que sigue azotando las montañas.
El silencio, esta gran cualidad de la naturaleza, y de todos los seres que habitamos el planeta, me invade el cuerpo en su totalidad, y me cubre, como una chilaba protectora, y se me lleva a través del tiempo y el espacio, a la vez que desplaza mi visión colina tras colina, valle tras valle, hasta un infinito inacabable, lejano, difuso en el horizonte, envolviendo a mi mente en un torbellino de recuerdos e ideas que azotan mi consciencia incansablemente.
Entrecruzo sensaciones e imágenes actuales y de mi juventud. Hace ya más de veinticinco años, aproximadamente, tuve una experiencia similar, de placer visual y mental que me llenaron espiritualmente de tal manera, que forman parte de mi bagaje humano y personal, de los que no se pueden olvidar, a pesar de que los años incrementen mi edad inevitablemente.
En aquellos momentos estaba solo, en la "Vall de Núria", durante cuatro días, sin ver otra persona que la señora, de avanzada edad, que se hacía cargo de las llaves del Santuario, y se encargaba de liquidar el precio de las celdas que cumplían la función de lugar de reposo de los peregrinos que aparecíamos, fuera de las temporadas de invasión turística, a buscar un espacio de tranquilidad. Durante el dia, saliendo a caminar desde el amanecer, antes de las siete de la mañana, subía, una y otra vez, a cada una de las cimas que velan por la tranquilidad espiritual de la vírgen y de su santuario. Durante todo el día, con una pequeña porción de alimento, bàsico para la subsistencia, un bastón, y una mochila de tamaño reducido, recorría las crestas y los collados de la zona. Los vientos, cambiantes en función del día y de los caprichos del Creador, me envolvían, una y otra vez, zarandeando mis sentidos, pero recordándome, momento tras momento, que estava vivo. Las sensaciones que recuerdo de aquellos días de soledad en la alta montaña, se entremezclan con los de hoy, como si el tiempo no hubiera pasado, y todo mi ser retomara el hilo conductor de mi existencia.
El paisage era inigualable en belleza, como el de hoy en la Montaña Tebana. Hace unos años, el verde oscuro de los abundantes pinares, de pino negro y perenne, así como las extensiones de prado alpino, que recubre la tierra removida por bruscos movimientos tectónicos ancestrales, ahora cumbres de más de dos mil metros de altitud, y el saltar constante de un riachuelo cantarín y juguetón, me aportaron espacio, infinito, libertad, paro en el tiempo, belleza y paz interior. Curioso, una sensación extremadamente similar a la que estoy experimentando en este espacio, collado de paso y observatorio privilegiado de la vida, aunque no se divise ni un solo árbol, ni prados verdes; solamente un interminable desierto de montañas, rocas y arena, que me transportan hasta un infinito invisible al alcance de mis sentidos.
Paz interior y mucho respeto al contemplar el espacio que los egipcios del Reino Antiguo escogieron, por razones espirituales, como lugar de reposo de los cuerpos momificados de los faraones. Nunca ha venido más a tiempo la expresión de "silencio sepulcral".
Escucho con serenidad los silbidos agudos del viento que aprovecha qualquier brecha para cruzar, incansable, una ladera, y otra, y otra… Incluso, si cierro los ojos puedo entrever, como sombras transparentes, miles y miles de figuras que se entrecruzan sonrientes, eternas en su estructura, felices, con su doble corona del Bajo y Alto Egipto aposentada en sus etéreas cabezas, entrando y saliendo de sus hogares funerarios, cerrados a cal y canto por el Sumo Sacerdote, pero abiertas a la vida para sus moradores, a través de una cortina inapreciable a nuestra visión terrenal, que traspasan los seres divinos, a su libre albedrío, para gozar de su nueva vida, aquella de la que partieron un día, cualquier día, hace millones de años, y a la que vuelven a placer , satisfechos de ver como sus gentes, servidores leales, siguen sus rituales diarios, semanales o anuales, manteniendo en orden dual el valle del Nilo.
El tiempo, sentado a la sobra de las rocas, junto a mis compañeros de ruta, pierde el sentido tal como lo vivimos cada uno en nuestras occidentales vidas cuotidianas. Las horas desaparecen, rechazando nuestra obsesión de contarlas, una a una, pendientes siempre de unas agujas que se desplazan, rítmicamente, al "tempo" que alguien, en su momento, decidió establecer como el correcto. Todavía mantengo esta imagen, esta impresión corporal de atemporalidad, de viaje sin pauta, como el pianista que, siguiendo su impulso interior, deja desplazar sus dedos libremente por encima del teclado debidamente afinado, iniciando unas variaciones sobre cualquiera de los conciertos de piano de W. A.Mozart, quién también entendió, como los egípios del Reino Antiguo, que la música, si mantenía el orden y el ritmo perfectos, también era eterna.
La realidad, si es que lo dicho hasta ahora no lo es, implica, de todas formas, que tengamos que movernos, y seguir nuestro camino, para poder contemplar desde la altura el templo de Hatsepshut, y bajar hasta el Valle de los Reyes.
Habiéndonos desplazado un centenar de metros desde el collado, siguiendo la ladera este de la montaña, llegamos a la encrucijada de caminos que nos deriva hacia Deir-el-Bahari, o hasta la necrópolis real. Aquí, en este punto, Un servidor, y Carmen tomamos ya el camino de bajada, ya que preferimos no sufrir más nuestras malas sensaciones por la altura. Nos acompaña Mercè, a la que debo agradecer una vez más que, a pesar de la dificultad de entender mi situación, esté a mi lado en estos momentos.
La bajada és agradable, el camino todavía es suficientemente ancho como para andar los tres juntos, ocasión que aprovechan mis acompañantes para charlar, sobre sus orígenes comunes. Una por nacimiento, y otra por las raíces de toda su família, se animan en una amena conversación de costumbres, lugares y experiencias de su juventud, relacionados con este pueblo acogedor y arraigado a su tierra que es Aragón. Sus palabras y su cercanía, amenizan mi bajada, al mismo tiempo que alejan los fantasmas de los miedos y las inseguridades personales cerca de los ya pequeños acantilados. La verdad es que la bajada ha sido placentera y agradable, a pesar del sofocante calor que empieza a castigar en demasía, nuestros cuerpos frágiles de gran urbe occidental. El lugar de descanso, el punto de reunión, está ya al alcance de nuestras miradas curiosas, y nuestro caminar se agiliza animados por la posibilidad de poder reposar, a la espera de los demás componentes del grupo, y compartir con ellos las experiencias.

Miquel



ANEXO:

Hoy es 14 de agosto del 2009. Un año más tarde de nuestra primer experiencia egípcia como grupo. Aprovechando el último fin de semana de vacaciones, hemos aprovechado para acercarnos a la "Vall de Núria", una de las zonas más bellas del Pirineo catalán, y lugar de destino tradicional en mi familia desde mi bisabuelo, a principios del siglo pasado. El camino es estrecho, a una altura que oscila entre los 1900 y 2000 metros, y de vez en cuando hay pasos, senzillos y placenteros, pero con pendientes muy pronunciadas y vistas espectaculares sobre valles y cimas cubiertas por extensos prados alpinos. Al final, desde unas rocas que sobresalen por encima de un pequeño collado, se puede contemplar el valle, con el Santuario de la Vírgen, y la peque ermita de "Sant Gil". El tiempo me ha hecho una mala pasada y me ha mezclado las imágenes del año anterior y las del actual. Sentado en la roca he escuchado el silencio, mientras el viento se metía curioso entre cualquier grieta y los pinos que, agrupados en extensos bosques, habitan la zona. La belleza del momento y el respeto per el lugar de culto se repiten de nuevo. Hay diferencias, por supuesto; muchas más de los que "a priori" podamos pensar; pero la esencia és la misma. Reduciendo mi mente a la condición básica de persona humana, de ser miembro de la naturaleza que contemplo en estos instantes, me siento igual que en la Montaña Tebana, reconozco en mí los mismos sentimientos, esta sensación de creencia, de alguna cosa más allá de nuestra vida cuotidiana y a veces banal, que me hace pensar en la religiosidad del ser humano, en la necesidad de u sistema de creencias, sea la que sea, que nos hace repetir, en momentos y lugares distintos, actitudes similares para consolidar nuestra existencia. El orden vuelve a aparcer ante mis ojos, la constante contraposición de fuerzas, la roca, las praderas y los bosques, el agua que sigue fluyendo incansablemente, en Egipto con una fuerza abrumadora, y en el Pirineo omnipresente con formas más cambiantes y saltarinas. Me invade de nuevo la sensación de bucle, de espiral histórico que nos lleva a la circunferencia nunca acabada, a la evolución constante, a la que nuestra condición humana debe adaptar-se constantemente.
Al acabar la jornada, mi alegría era extraordinaria. Un simple cambio ha producido en mí esta sensación de evolución. El miedo a la altura a menguado considerablemente, y no he necesitado la ayuda de nadie a pesar de momentos que seguramente han sido igual o más espectaculares que en Egipto. Una vuelta más del espiral. La evolución nos viene dada por la pròpia dinámica de la naturaleza, pero también de la voluntad personal de cada uno de nosotros, humildes humanos, que podemos participar en los cambios, colaborando en este equilibrio imprescindible para evitar que el caos forme parte de nuestra existencia.

Miquel

1 comentario:

Asensi dijo...

T'entenc perfectament en la irracional, però poderosa força del vertigen. Jo també vaig patir els penya-segats de l'Hatshepsut, però l'esforç va valer la pena.

P.D. Comentari amb retard, però es que no puc seguir el teu ritme de comentaris (je,je).